sábado, 30 de mayo de 2020

Irse a vivir a un pueblo en tiempos del coronavirus

A la sombra de la actual crisis sanitaria, se ha puesto de moda hablar del “éxodo a los pueblos”. No hay televisión ni periódico que no le haya dedicado algún espacio a este tema, tratándolo con mayor o menor acierto.

Esta semana, La Sexta emitía el programa “El virus y la España vaciada: ponerle mascarillas al campo”, cuya gran parte estaba dedicada a proclamar las bondades de vivir en un pueblo. Mientras tanto, en la prensa escrita podemos leer artículos como “El éxodo inmobiliario que viene tras el virus: de la ciudad al campo” (El País, 3 de mayo de 2020) o “Éxodo de las ciudades” (La Razón, 8 de mayo 2020).


Dejando de lado el tono sensacionalista de algunos titulares, algo de cierto hay en que la percepción hacia vivir fuera de las grandes ciudades está cambiando a raíz de los últimos acontecimientos.

No se trata de un fenómeno único de España. La prensa internacional trata esta tendencia de forma similar: “El coronavirus reconfigurará nuestras ciudades, simplemente aún no sabemos cómo” (The Guardian, 22 de mayo 2020. Traducción aquí).

España y su peculiar distribución territorial

A pesar de que España es el segundo país con mayor extensión de la Unión Europea y uno de los de menor densidad de población, nuestras ciudades son de las más grandes y concentradas de Europa. “En Europa hay 33 áreas de un kilómetro cuadrado con más de 40.000 habitantes... y 20 de ellas se sitúan en el estado español” (La Vanguardia, 26 de enero de 2018). Por tanto, España podría ser uno de los países con mayor potencial para un reequilibrio en la distribución de la población.


¿Supondrá esta crisis un movimiento de población hacia los pueblos?

La popularización del teletrabajo se presenta como uno de los posibles detonadores de este “éxodo”. Sin duda, tras las experiencias de teletrabajo durante el confinamiento, sería impensable imaginar que se volviera a la situación anterior. Especialmente si a partir de ahora hubiera una obligación de distanciar físicamente a los trabajadores, que requeriría más espacio y podría incrementar el coste por empleado del espacio en los centros de trabajo.

Lo esperable es un aumento del teletrabajo. Pero de ahí a que una parte considerable de la población pueda teletrabajar el 100% del tiempo hay un trecho. Aun así, opciones como teletrabajar el 50%, acudiendo al centro de trabajo solo algún día a la semana y con cierta flexibilidad, también podrían facilitar el poder vivir en un pueblo.

Atendiendo a la prensa, este “éxodo” no se produciría en todas las zonas por igual. Se habla de un aumento sustancial de la demanda inmobiliaria fuera de las ciudades, pero principalmente en las zonas más cercanas que permitieran acudir al centro de trabajo esporádicamente con facilidad. En particular en la sierra de Madrid, aunque el artículo de La Razón menciona también Soria.

En el caso de la zona de Barahona, la distancia siempre ha hecho imposible vivir en el pueblo y desplazarse cada día a trabajar a ciudades como Madrid o Zaragoza. Ahora, con la perspectiva de poder hacer un porcentaje significativo de teletrabajo, la ecuación podría ser distinta.

Aun así, confiar el futuro de los pueblos a “teletrabajar para las ciudades” tampoco parece lo ideal. En todo caso, el trabajo no es la única barrera que puede impedir mudarse a un pueblo.

Más allá del teletrabajo, hay otros factores que, quizá potenciados por la crisis actual, podrían dar un impulso al entorno rural. No hay que olvidar que antes de la pandemia actual, cuando la prensa también hablaba de otras cosas, ya se apreciaba un cambio de paradigma hacia una mayor sostenibilidad, en relación con el cambio climático. Algunas voces apuntan a que la crisis sanitaria podría darle todavía más fuerza a una “reconstrucción” sostenible: “La Comisión Europea, entre otros, sostiene que el Pacto Verde Europeo es la estrategia de crecimiento que puede ayudar a la recuperación económica de Europa [tras la pandemia] y al mismo tiempo abordar la emergencia climática global” (Traducción aquí).

El Pacto Verde Europeo “European Green Deal” es uno de los principales proyectos a futuro de la Unión Europea, y contempla este impacto positivo para las zonas rurales entre sus objetivos: “Los fondos europeos, incluidos los de desarrollo rural, ayudarán a las zonas rurales a sacar partido de las oportunidades de la economía circular y de la bioeconomía. La Comisión reflejará esta necesidad en su visión a largo plazo para las zonas rurales”.

La creciente tendencia al consumo de alimentos saludables, de proximidad y calidad, podría potenciar un sector primario de producción local, menos intensiva y que podría generar más empleo: “Tendencias de consumo pos-COVID-19: alimentación saludable y producto local, a buen precio” (20 Minutos, 27 de mayo de 2020).

La falta de acceso a Internet sigue siendo una barrera

Con todo, las infraestructuras siguen siendo una piedra angular en del desarrollo rural, empezando por el acceso a Internet, requisito indispensable a día de hoy para que casi cualquier empresa o profesional se pueda plantear establecerse en un pueblo: “Hoy en día sin acceso a Internet no puedes ni cuidar de tus vacas” (La Vanguardia, 2 febrero 2020).

Se trata de una necesidad, ya no solo para las empresas. Cada vez más, Internet es requisito indispensable para acceder a servicios ciudadanos básicos y de ocio. Es un tema ampliamente tratado en esta web.

Viendo el caso de muchos otros pueblos que casi no tienen ni teléfono, Barahona no está tan mal en cuanto a telecomunicaciones (ver “Tres tecnologías para conectarse a Internet en Baraona”, 2017). En su día se recibió muy positivamente la disponibilidad del ADSL, pero nos estamos quedando atrás y una conexión de fibra óptica es indispensable a día de hoy (ver “Baraona también necesita la fibra óptica”, 2019).

A esto hay que añadir que, si bien la velocidad es un requisito, también lo es la fiabilidad. Noticias como el corte del servicio de teléfono e Internet durante una semana en agosto de 2019 no inspiran confianza.

Y lo que no es Internet

Pero no solo de infraestructura vive el hombre. En el pasado, grandes inversiones en transporte, carreteras, y otras infraestructuras no parecen haber sido la solución mágica a la despoblación. Son herramientas, pero no la solución en sí misma.

Elena Cebrián, secretaria general para el Reto Demográfico decía en “Teletrabajar desde la España vacía, una opción inasumible” (El Economista, 11 de mayo de 2020) “A la conectividad debemos añadir la garantía de acceso a los servicios básicos de salud, educación y atención social para todos los habitantes en áreas rurales. Sólo así, contando con estos tres pilares, podremos afirmar que se dan las condiciones adecuadas para mantener la población y, también, fomentar la vuelta al mundo rural”.

Y a pesar de todo, esa lista se queda corta. Habrá que ver si esos servicios básicos se garantizan de verdad, porque son asuntos que diferentes gobiernos han ido olvidando. Estos factores, junto a la climatología invernal de Soria, probablemente contribuyen a que una parte importante de la población sea estacional. De seguir así, podría ser que el potencial boom del teletrabajo quedara simplemente en estancias más largas durante los periodos típicos de vacaciones.

Tratando la información con cautela

Añadía Elena Cebrián que “en esta situación de dificultad generalizada es fácil caer en la tentación de idealizar otras formas de vida, como la que imaginamos en pequeños núcleos de población”, lo que recuerda que los medios de comunicación tienden a mostrar los extremos, y que hay que coger la información con cuidado.

Probablemente el efecto de ese “éxodo a los pueblos” sea menor de lo que se anuncia. No sería la primera vez que se crean expectativas que no se acaban materializando. En todo caso, una cierta recuperación de población, aunque fuera pequeña, podría suponer la reactivación de servicios que han desaparecido de los pueblos.


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